Pleno verano. Un grado más, una página más. Hoy es el día. Hoy es el día para refrescar las ideas, para tener ganas y animarse a jugar entre los renglones imaginarios.
Y aquí estoy: escribiendo. Porque escribir es soñar con algo distinto, no es sólo contar. Hoy escribo para que mis palabras no queden ocultas tras un archivo de word, para hacerme cargo de cada elección, de cada pensamiento. Y sobre todo, hoy escribo para serle fiel a quién me enseñó a querer el mágico oficio de escribir. Un oficio para algunos, una pasión para mí.
En fin, hoy mis ganas se materializaron, hoy voy a construir algo.

viernes, 15 de febrero de 2019

La abuela del feriazo



Verdurazo, panazo, frutazo y otras modalidades para que el productor se acerque al vecino con precios sin intermediarios fueron citas obligadas en el centro porteño durante todo el 2018.

Resulta que este viernes por la mañana se quiso comenzar el 2019 con un “feriazo” en Constitución pero no salió como todos los demás sino que el Gobierno de la Ciudad la suspendió por faltas de permiso y la policía salió a respaldar esa suspensión. Lo cual provocó que la venta de frutas y verduras se suspenda y los productos terminaron secuestrados. Aunque no todos, algunos se escaparon entre los cajones e hicieron justicia ante los precios irrisorios que se cobran en las verdulerías.

La venganza de la berenjena



Cuando la policía se dispuso a dispersar a los trabajadores rurales con una gran fila que parecía interminable, un fotógrafo posó su lente en un detalle, un detalle que cuenta una historia, un detalle que tomó protagonismo y se transformó en el personaje principal de esta nota.

Una anciana. Una abuela con un changuito de compras improvisado, una pollera azul y una cara que no llega a verse pero que tampoco hace falta. No es necesario conocerle la cara a la mujer para darse cuenta de su necesidad, la acción que llevaba a cabo lo decía todo.
El claro ejemplo de que una imagen vale más que mil palabras.

La imagen: una abuela sostenida por su carrito de compras de cartón se agachó para agarrar una de las pocas berenjenas que se vengaron del secuestro policial. Las verduras estaban tiradas en el suelo, la mujer tratando de no caerse se aproximó a ellas y los policías que formaban esa larga fila se mostraban indiferentes, seguramente viéndola de reojo pero sin mover un músculo de su actitud firme.

Y últimamente es así cómo se divide la sociedad. Algunos siguen con sus trabajos y asistiendo a verdulerías para comprar lo que esta abuela no puede hacer. Una abuela que es parte de los “otros”, los que no tienen trabajo y/o están jubilados y, justamente, por eso no pueden acudir a los comercios que inflan sus precios. Y justamente por eso fueron a este “feriazo” sin imaginar que en vez de encontrarse con verduras se encontrarían con un gran cordón policial con orden de “dispersar”.

Una abuela y una berenjena.

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