2 millones de
espectadores, hasta el momento.
Premios
internacionales, festival de Venecia.
Aplausos de pie.
Halagos y más
halagos.
Son los resultados
de la película”El Clan”, de Pablo Trapero.
Es difícil generar
una crítica donde no se pueda, justamente, criticar ningún aspecto
del filme. Dicen que nada es perfecto, entonces se puede decir que la
calidad del archivo utilizado no es el mejor, pero a la vez se puede
entender que lo importante no es la calidad sino la bajada de linea y
el pantallaso que se le dio al espectador.
El archivo
fílmico
Con fragmentos de
discursos del difunto ex presidente Raúl Alfonsin y de miembros de
la dictadura militar de 1976, Trapero le muestra al público la
situación política-social de Argentina y se evidencia que no se
dirige, exclusivamente, a los argentinos que conocen el caso de
Puccio.
Alfonsin actúa como
el “bien” que vino a salvar a Argentina y con esto se demuestra
la visión política del director de El Clan.
Como ya se dijo, se
puede criticar la calidad fílmica del archivo aunque se sabe que no
hay muchas imágenes de aquella época. Sin embargo, esto no es un
impedimento para que El Clan sea reconocida tanto en el país de
origen como en otras partes del mundo, quizás porque la ficción no
pudo superar esta historia.
Los prejuicios
pierden la batalla
Los protagonistas de El Clan son Guillermo Francella y Pedro Lanzani,
ambos provienen de mundos artísticos diferentes.
Guillermo Francella es un actor popular que se hace conocido por sus
trabajos como cómico, entre ellos: “Pone a Francella” y “Casados
con hijos”. Pero en el último tiempo decide cambiar el rumbo de su
carrera y demostrar, exitosamente, que puede interpretar personajes
que nada tienen que ver con la comicidad. Y así fue como se lució
en la película “El secreto de sus ojos” demostrando que tiene
capacidad para encarnar personajes “serios”.
El Clan tuvo como interprete a este “nuevo” actor “serio” que
es Guillermo Francella quien encarna a Arquimedes Puccio y le cuenta
al espectador cómo era este secuestrador y asesino.
Francella, en su exquisita actuación, logra el trabajo de no
pestañear para componer un personaje tan frio, tan calculador al que
no quiere que nada se le escape. Puccio no quería que se le escape
una millonaria victima como tampoco la tarea escolar de su hija; le
preocupaba el futuro de sus hijos y también los teléfonos
utilizados para su siniestro plan.
Mientras que Pedro Lanzani, el otro protagonista de El Clan, es un
actor destinado al público adolescente que llega a la fama de la
mano de Cris Morena, creadora de las más importantes series para
chicos como Chiquititas, Rebelde Way, entre otras.
Pero Lanzani, también decide romper con ese papel predestinado y se
presenta al casting para el personaje del ambicioso y dual Alejandro
Puccio. Es en esa dualidad que el personaje por momentos no expresa
nada con su rostro mientras que en otros queda expuesto ante los
abrumadores hechos.
La ambición y la culpa del hijo ayudan y entierran al padre. Y es
entre ambos que conforman un plan escalofriante y casi perfecto.
Luz, cámara,
acción
Pablo Trapero conforma primeros planos que ayudan al espectador ver
el interior de los personajes.
Primeros planos a Pedro Lanzani quien demuestra como Alejandro se
dirime entre el miedo y la culpa que le inundan los ojos de lágrimas
y a la vez la ambición que barre con esa angustia.
Primero planos a Guillermo Francella quien conforma un Arquímedes al
que nunca se le inundan los ojos sino que la frialdad congela sus
sentimientos y un tono rojizo tiñe su mirada. La iluminación de los
planos de Arquimedes confirma la contraposición entre el personaje y
la escena de los secuestros, ya que la luz cálida de la vivienda
genera un hogar acogedor de una familia “normal” en la época más
siniestra de Argentina. Una luz cálida que se encuentra con la
oscuridad en el rostro de Puccio, otra dualidad.
La musicalización de la película conforma una mezcla escabrosa que
colabora, justamente, con lo dual de la historia; una escena
siniestra con una melodía entre alegre y liviana que genera
confusión al espectador: no podes “bailotear” con los temas de
Virus o de Creedence cuando estás viendo cómo Puccio secuestra a la
gente, que párrafo aparte, fueron acciones totalmente identificadas
con los militares a la horas de “chupar” subversivos.
Trapero consiguió agregarle, aún, más valor a los secuestros y
asesinatos al musicalizar y ambientar con bandas y ambientación de
la época.
La música y el cambio de planos genera una dinámica especial.
Escenas que hacen partícipe al espectador, hasta en el propio
desenlace del filme. Ese final en el que Alejandro Puccio se tira del
balcón de Tribunales acompañado, de tan cerca, por la cámara que
parece el propio público el que cae con él y siente ese impacto
como el final, ese mismo final que sintió Arquimedes y que pudo
reflejar con su expresión, la única en toda la película, la única,
quizás, en toda su vida.