¿Qué imagina uno cuando tiene en sus manos una novela
llamada Suite Francesa? Un titulo puede decir mucho o solamente ser decorativo
para la obra y, en este caso es un poco de los dos. Primero está la palabra
“Suite” que es acogida por el lector según su propia interpretación, porque el
significado se refiere a una seguidilla de piezas musicales o a un alojamiento
lo cual puede generarte una especie de comodidad y complejidad al mismo tiempo.
Mientras que la palabra “Francesa” nos remite al lugar dónde ocurrieron los
hechos.
Más allá del titulo en sí, la novela nos muestra a una
sociedad francesa convulsionada por la Segunda Guerra Mundial y por la
posterior derrota frente a Alemania en 1940. Una novela que no cae en la común
historia del padecimiento y masacre de los judíos (común pero terrible e
inimaginable a la vez), una escritora que no se mete con las estadísticas de la
guerra ni habla de las “grandes” cabezas que comandaron semejante martirio, sino
que refleja la vida, los sentimiento de los franceses a través de grandes
mechadas describiendo lugares y personas a tal punto de creer estar viendo una
película por los descriptivos relatos.
Todos los personajes son simples ciudadanos de una Francia
que sufre las decisiones de otros, son simples individuos que forman parte de
la micro historia. A tal punto, que en la primera parte de Suite Francesa la escritora se encarga de relatar cómo escapa cada
familia de semejante tortura, se puede ver y hasta sentir su misma
desesperación que, a pesar de las clases sociales, todos querían los mismo
ESCAPAR. También, Irene demouestra cómo los franceses acuden al Dios de los
cristianos (que en la novela parecía ser la única religión a pesar de que la
autora era judía) y, cómo la muerte está presente en todos los relatos (no voy
a contar que en la novela se cree muerto a un niño porque sería contar
fragmentos reveladores de la historia)
En cuanto a la segunda parte de la novela la escritora tuvo
la grandiosa idea de hacer conocer la relación entre franceses y los soldados.
A diferencia del relato universal que muestra a lo militares como seres
despiadados, capaces de violar y asesinar, se reflejan combatientes, con rasgos
humanos, que sufren y extrañan su vida antes de la guerra, al igual que la
sociedad francesa.
Ambas partes de la novela te hacen plantear el interrogante
de si toda la historia es real o es pura ficción, porque no se puede creer que
la guerra sea tan despiadada como se cuenta, porque no se puede creer que los
franceses, en algunos casos, sean tan egoístas en un momento de crisis para
todos y, sobre todo, no se puede creer que ante tanta crueldad existan
historias amor: amores prohibidos, apasionantes e inconclusos.
Evocación aparte merecen los manuscritos de Irene Nemirovsky
ya que se puede conocer cómo pensó la escritora y hasta enterarse partes de la
historia que no pudieron ser contadas o no se terminaron de hacer por la vida
tortuosa de la autora. Así es como uno se da cuenta que hay una historia dentro
de otra: una es la novela en sí, la otra es la historia de Irene, muy parecida
a cualquier ciudadano que escapa de la guerra. Las peripecias de Nemirovsky
para que su obra llegue a manos de millones de lectores y a través de muchos
años demuestran el valor que tiene Suite
Francesa.